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El hombre vuelve a las cavernas

            Puedo imaginar a aquellos viejos griegos mirando los cielos e intentando descubrir qué eran las estrellas, sosteniendo un puñado de arena e imaginando que era aquella pieza elemental que lo componía todo. Puedo imaginármelos observando el Sol y comparándolo con el resto del cielo. Puedo imaginármelos discutiendo si aquellos análisis matemáticos confirmaban la esfericidad de la Tierra, comentando unos con otras (de forma disimulada) si la teoría heliocéntrica podría ser válida. Algún que otro joven inquieto si se podría salir del planeta, otro si el ser humano podría no haber sido siempre así.

            Puedo imaginármelos intentando dar una visión global a su existencia, intentando entender si había partículas elementales, si su planeta sería único, cómo era éste, como era lo que quedaba fuera de éste, si lo podríamos abandonar alguna vez, preguntándose por qué el Sol aparecía por las noches dejando lugar, en muchas ocasiones, a la Luna, y que por qué el Sol iluminaba. Otros averiguando si el alma existía, pero, en caso contrario, ¿cómo podría explicarse el ser humano? Algunos, más atrevidos, si la existencia de dioses era necesaria… Así comenzó la verdadera civilización humana, con preguntas. No importaba si existía una respuesta inmediata, lo importante era encontrar una solución verdadera al interrogante.  Una explicación lógica que se sostuviese por sí misma. Aquella civilización comenzó a salir del cascarón que cubre al ser irracional para poder mirar más lejos. Para poder saber qué es ese casarón, dónde se encuentra y por qué está allí. El sentido de sus existencias ya no era comer para vivir para copular. El sentido era el estudio del polluelo, el cascaron y lo que le rodeaba.  Los griegos nos dieron algunas respuestas, pero el número de éstas era insignificante a la enorme cantidad de preguntas.

            Ahora, unos veinte siglos más tarde, conocemos algunas respuestas de esas preguntas. Sabemos de que está formada la materia, qué es. Sabemos qué es la Tierra, dónde esta, cómo es, cómo se mueve y dónde se encuentra. Sabemos que son las estrellas y por qué el Sol ilumina. Sabemos por qué estamos pegados al suelo. Sabemos que el hombre no es algo especial, sino una fase más de la evolución surgida de la materia. Se trata de un familiar lejano de la bacteria y un pariente cercano del chimpancé. Pero en sus antecedentes, figura la presencia de una estrella, materia de la cual él está hecho.  Sabemos que nuestra estrella es común y que no ocupamos un lugar especial en la galaxia. Y así podríamos continuar con un gran número de respuestas que con esfuerzo la especie ha ido adquiriendo. También quedan muchas preguntas y eso hace que aun sintamos la fuerza del misterio que nos anima a investigar. Sabiendo que Dios en la forma más habitual no es necesario, es más, del todo imprescindible. Por lo tanto, lo que nos rodea tiene una lógica explicable que podemos llegar a comprender. Todo tiene un sentido y por eso estamos aquí.

            Pero somos animales y a veces parecemos realizar una involución. Cuando las respuestas se encuentra más que nunca al alcance de nuestra mano, cuando por fin podemos realmente convertir al ser humano en un animal especial por desvelar los misterios que tanto han preocupado durante miles de años…Cuando las respuestas que marcan el significado de nuestra vida se presentan ante nosotros, huimos hacia nuestro cascarón a encerrarnos. A abandonar la comprensión de la naturaleza, del cosmos, del orden universal para mirarnos nuestro ombligo, para concentrar nuestra atención en nuestros insignificantes asuntillos internos. Cultura, política o pasatiempos de peor calaña son los que mantienen a la sociedad entretenida como una pelota a un perro. Estos son cosas serias nos dicen y aquellos con espíritu ávido de entender la mecánica del universo nos compadecemos de esta pobre sociedad enferma que se ha salido del camino para volver a las cavernas.

            Imagino a aquellos griegos anhelantes de respuestas y veo ante mí una pobre sociedad ignorante que desdeña las respuestas que les sirven en bandeja de plata. Una pobre especie que aun pudiendo ser bondadosa y rica en saberes, ha elegido el camino de la máquina comandada por sus genes egoístas, llevándonos a un semicaos y a la ralentización del avance científico. Unos pobres animales que se creen superiores pero que, sin embargo, se comportan como cualquier otro. Que prefieren creer a explicaciones míticas para vivir en un áurea mágica de ignorancia que no ser lo suficientemente valientes para aceptar la realidad, sin importar el modo en que se nos presente.

            Dudo que unas pocas personas puedan cambiar la opinión de cinco mil millones, así que aquellos deseosos de entender el cosmos, hemos de seguir adelante y evitar dejarnos llevarnos por el lastre del resto, evitar el conflicto y procurar el máximo desarrollo del conocimiento en la medida de lo posible. Vivir como seres racionales y no quemar el tiempo con asuntos fútiles. Hemos de ser coherentes, hemos de ser un ejemplo en el que algunos del rebaño puedan fijarse y salir de él. Hemos de entender y deleitarnos. Y después, morir tranquilos con la tranquilidad del trabajo bien hecho y el tiempo bien aprovechado.

 

 

Brújulo

 

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9/16/2005 7:12 p. m.

La vida no es el resultado de la evolución, sino la evolución el resultado de la vida. Esta hipótesis surge de observar el mundo que nos rodea, sigue habiendo "creación" de nueva materia, y como condición previa sin la cual no es posible, está la existencia de la vida.    



10/09/2005 8:09 p. m.

En la segunda etapa de la evolución, lógicamente, la vida surge de la propia vida. Pero ¿y la vida en sí? Entonces demos vueltas al reloj en sentido contrario y veremos como lo que llamamos vida no fue más que un puñado de materia inerte que por azar comenzó a funcionar como una pequeña máquina en apariencia viva. No era vida, pero sin ella saberlo comenzó a discriminar entre lo que el ambiente le ofrecía. De ahí, de un puñado de tierra venimos nosotros.
Mucho más bello que pensar que todo estuvo ahí es imaginar que formamos parte de una cadena de "casualidades".
Un saludo.    



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