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Caricias del viento

Aquella era una tarde corriente. Un cielo gris que dejaba pasar algunos rayos de luz,  un viento que se llevaba parte de mi calor corporal, gente caminando con la vista pegada al suelo o a un hipotético infinito…Sin embargo, siempre me han gustado esos días corrientes. Me sentía a gusto en la seguridad de la monotonía de la masa y a la vez sentía el deseo de romper esa regularidad. Haciendo de ese día un momento único en el tejido del espacio-tiempo.  Con el deseo de desviarme de ese camino marcado y seguir recorriendo el que yo decidí seguir.

            Con esta idea me encontraba caminando por un parque urbano. Un sendero ancho de tierra con un espacio contiguo a cada lado para césped, árboles y alguna que otra planta exótica con su correspondiente cartel identificatorio.  Un banco cada cuatro metros. Unos vacíos, otros ocupados por algunos ancianos intentando saborear esa última etapa en la que se encuentran,  madres acompañadas por un carrito que sostiene a sus pequeña criatura a la que dedican toda clase de mimos, despistados que se detienen a orientarse o reposar como posada ficticia de un pequeño viaje urbano y algún que otro extraño ser meditabundo.  Yo era una mezcla de éste último grupo y de despistado que se detiene a descansar.

            Me senté en un banco, saqué un sencillo bolígrafo y comencé a escribir en un pequeño bloc.  Eran palabras inconexas: “árboles”, “verde”, “cielo”, “tierra”, “viento”, “caricia”. Palabras que se intentaba ordenar en una columna a modo de poesía ficticia.  Aquellos árboles que, a pesar de parecer inertes por su inmovilidad,  albergaban en su interior todo un hervidero de vida que se mostraba en el verde de sus hojas. Hojas que solapaban el azul grisáceo del cielo, que nos hacia viajar nuestra mente hasta nubes para después cruzarlas en un oscuro universo plagado de estrellas. Pero a estas alturas resulta imposible no sentir la fuerza de la gravedad que nos empuja hacia abajo, hacia un suelo de tierra compuesto por miles de partículas disgregadas por toda la superficie. En aquel banco vislumbramos la grandeza del universo y el viento nos acaricia, como la madre que acaricia al hijo porque comprende sus emociones, sus sentimientos y se alegra por ello. Así sentía el viento en mis mejillas de una forma tan sólida que no pude evitar acoger mi rostro en su mano. Cerrando lo ojos, dejándome querer. Sentía el calor del viento frío. Como en un sueño, abrí los ojos y ante ellos vi la mujer del viento. Una joven con rostro fino, dulce y bien marcado con líneas difusas. Su cabello recogido en consonancia con su minimalismo   Ojos brillantes que transmitían ternura, sus labios finos marcando una ligera sonrisa. Era la imagen de la delicadeza, la belleza y el cariño. Me resultaba imposible dejar de mirarla. Continuaba acariciando mis mejillas cuando comenzó a levantarse. Caminaba por el camino del parque y poco a poco se ocultaba tras la neblina que había comenzado a cubrirlo todo.

            El parque volvió a su normalidad. El bloc había caído al suelo juntamente con el bolígrafo. Comencé a pensar que todo había sido un sueño pero un golpe de viento pareció detenerse unos instantes en mi mejilla, acariciándome.

 

Brújulo

kt ktrelatos

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