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Valentía


Ya se ha acabado. Ahora el estudiante, el joven, se encuentra con su propio rastro, con su sombra. La EGB, la ESO, el Bachillerato y la selectividad. Todas estas fases ya han sido completadas. Es ahora cuando miro hacia atrás, porque ya he llegado al final de una gran etapa. Es ahora cuando vienen la tristeza, el arrepentimiento o la alegría. El trabajo de muchos años se ve reflejado en un solo número. Es una forma muy injusta, pero si hemos logrado mantenernos como al principio, o si hemos ido mejorando, obtendremos una agradable compensación. Triste para aquellos que poco a poco se fueron dejando llevar por la pereza, la flaqueza u otras razones que le hicieron fracasar o abandonar. Son términos relativos, porque el fracaso o el triunfo, por suerte, no se miden con números, pero es un dato que puede ayudar a conocernos.

No me siento totalmente satisfecho. Sé que podría haber hecho más, que por pereza abandoné cosas de las que ahora me arrepiento. Sé que en ocasiones no tuve la suficiente fuerza para seguir adelante proyectos, ideas. Era un guerrero inseguro que no siempre levantaba el hierro. Que no siempre corría hacia delante.

Pero también me siento parcialmente orgulloso. A pesar de flaquear en ocasiones, también llevé a cabo acciones de valentía. Quizás era cuando todo estaba en más en contra, cuando el dolor me hacía sentir más que nunca la realidad. Fue entonces cuando con más fuerza caminé a contracorriente. Cuando la debilidad hacía mella en mí, levanté el hierro y grité. Tras ello, me lancé hacia delante con ímpetu, afrontando la realidad. Al principio sin ver mi camino, con miedos que poco a poco olvidaba. Imparable, asegurando cada uno de mis pasos.

Fue en estas batallas cuando aprendí a amar. Fue aquí cuando empecé a sentir la vida, cuando dejaba que el viento recorriese todo mi cuerpo. Cuando me dejé llevar por el dolor y el placer. Pero sobre todo, cuando la fuerza estaba guiada por la inteligencia de la razón. Valentía y razón son dos guerreros imbatibles.

A veces el viento cesa y nos deja solos en mitad del desierto. Ya no hay nada por lo que luchar. Antes era el hecho de no dejarnos llevar por él. Ahora no hay nada y nuestro malestar por el sinsentido se convierte en pereza, pesadez, aburrimiento, decadencia... Estamos en mitad de un desierto creyendo que solo nos queda esperar la muerte.

El viento se encuentra calmado, pero a nuestros oídos forma un silbido. Una palabras…”Las nubes, ¿serás capaz de alcanzarlas?” Y aquel que estaba desesperado en mitad de la nada, corrió hacia ellas. Allí lo encontraron, días más tarde. Estaba muerto, pero sus labios dibujaban una sonrisa y sus ojos miraban hacia el cielo. No había conseguido nada material, pero su alma había volado más que muchos de los que se encuentran satisfechos en las formas “terrenales” o que aquellos que se resignaban a aceptar su condición en el desierto. Aquellos que no aceptaban la realidad y por ello no fueron capaces de luchar.

Ya sabemos que la vida no tiene ningún sentido, por más que le busquemos. No somos más que animales que intentan satisfacer sus instintos. ¿Es esto un pensamiento pesimista? Se trato de una idea realista que nos ayuda a afrontar la realidad con más ímpetu, ya que cuando obramos estamos cerca de nuestra realidad, de la realidad que vive en nuestra mente. Cuando nuestra forma de actuar se enfoca hacia otros mundos (mentales, físicos, espirituales…), nos habremos rendido antes de comenzar. Nuestra victoria no será en esta sino en otra que no somos capaces a imaginar completamente. Nuestra vida no se verá completada hasta la aparición de un mundo imaginario, probablemente inexistente.

Se ha de ser valiente para aceptar nuestras limitaciones, tanto espaciales (físicas, materiales) como temporales. Aceptemos que somos animales, que nuestro tiempo es limitado, que moriremos, que sufriremos, que el “bien” no siempre triunfa, que no tendremos recompensa metafísica, que la esperanza pasiva es otra forma de pereza, que las cosas no tiene por qué salir bien, que la muerte es el estado más común, que la moral no está escrita en ningún lugar.

No seamos ingenuos. Lo único que sabemos seguro es que con la satisfacción de los instintos se alcanza la felicidad. Es una ecuación impresa en nosotros y cualquier otro animal. ¿Cuáles son nuestros instintos? Seamos valientes, el sexo mueve el mundo. El sexo ha determinado la evolución. El mejor adaptado, el más fuerte es quien tiene derecho a reproducirse, éste permanece. Los otros desaparecen. Por mucho que nos neguemos, el sexo es el sentido de la vida de la mayoría de los mortales. La mayoría de nuestras acciones tienen relación con él. La publicidad juega mucho con la insatisfacción y en la mayoría de los anuncios aparece el sexo como un elemento atrayente (de una u otra manera). Somos animales y este instinto está en nosotros como en todos los demás.

Pero, somos humanos… Pienso que debido a una evolución mayor, un desarrollo, quizás descontrolado, surge otro tipo de instinto. El instinto de causa. El ser humano se encuentra en un laberinto en el que sigue un camino indicado por su instinto sexual. Pero por el instinto de causa, se pregunta “¿Por qué?”. Se trata del desencadenante del humano como tal. Se pregunta la causa de su ser, de su mundo. Se alza por las paredes del laberinto para entender por donde camina. Es entonces cuando lo ve desde lejos y comienza a entenderse. Su mente pasa de ser primitiva a hacerse más compleja. Su cerebro alberga planos parciales de su laberinto, de sí mismo, de su entorno, etc. Comienza a dar coherencia a lo que ve y es capaz de actuar contra su instinto sexual. Ya que el instinto de causa es superior, más poderoso cuando empieza a ser desarrollado (en un primer momento se encuentra en desventaja). Así llegamos a una felicidad, a un placer puro mediante el entendimiento de las cosas mediante la satisfacción del instinto de causa. Se podría explicar la bondad, la empatía. Hemos sido capaces de albergar planos de la situación emocional de otras personas ajenas.

La valentía nos ayuda a luchar, a perseverar, a afrontar la realidad, nuestros miedos, nuestras debilidades. La valentía nos ayuda a no quedarnos en el sofá y salir a la calle. Sufrir con el dolor y gozar con el placer, sentir la vida. Satisfacer nuestros instintos con el conocimiento y aceptación de los mismos. La valentía nos ayuda a morir sin llorar.

Brújulo, 8/7/05


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