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[Relatos]Día sin noche: Capítulo 4

En este momento me encuentro confuso. Tengo deseos contrarios, como son los de una vida segura en el Edificio y el de salir inmediatamente de esta cárcel. Siempre fui fiel al Edificio pero, al oír pronunciar mi nombre, fue como si algo de mi pasado hubiese vuelto a renacer. Al escuchar Zeus, pude ver mi propia mirada, hará quizás unos cien años. Una mirada de curiosidad y ansias de conocimiento. Mirada de sorpresa y extrañeza ante todo un mundo nuevo. La mirada del niño especulativo. Ojos azules y brillantes frente a unos grises y fosilizados Desgastados por el exceso de confianza, por el exceso de seguridad, por la conformidad, por la pasividad, por la inexistencia de la muerte, por la inacción. La ceguera del que cree haberlo visto todo y que lo que le falte no es necesario planearlo en este momento sino en “otro”. La ceguera de la indiferencia, la ceguera la de la religión de lo inmortal.

La voz de aquel niño me animaba a salir y estaba dispuesto a hacerlo, a pesar de mis contradicciones. El hombre de la sala 238 me había dicho que el proceso se estaría llevando a cabo durante todo el día y que finalizaría después de dormir. Al despertar, ya estaría fuera. No entendía como funcionaba aquello, pero confiaba en él. Y si todo era una trampa, tampoco perdía tanto.

Mis recuerdos sobre el exterior son confusos. Como si mi vida hubiese comenzado en el edificio y el exterior fuese un vago recuerdo de un sueño. Pero sabía que yo había estado fuera, aunque ahora no recordase como fuese.

Si salía probablemente tendría que morir de forma involuntaria en algún momento. Quizás no fuese tan malo fallecer. No tenía sentido hacerse aquí dentro estas preguntas, en el Edificio no existen las respuestas. Tan solo podría hallarlas fuera, si era posible, si el fuera realmente existe.

Me acosté aquella noche algo nervioso. Mis padres a penas me dirigieron una mirada desde el módulo de realidad virtual.

Me tendí sobre la superficie blanda con algo de incertidumbre. Será lo que tenga que ser me dije a mí mismo, con intención de tranquilizarme.

Un viaje a lo largo de la noche, un tránsito, un recorrido por los laberintos de la caverna. Una mente muerta que se encuentra a punto de nacer. La vida eterna fue la muerte, la muerte fue la vida en un instante.

Mantenía mis párpados cerrados, como siempre hacía antes de despertar. Una brisa acariciaba mis mejillas. Una vieja sensación aquella del viento, una agradable vieja amiga. Se escuchaba un murmullo, el eco de un antiguo sonido. Eran aves que cantaban. Una temperatura media de unos 25 grados, que descendía y aumentaba. Sufría aquellas variaciones sutiles de temperatura para las que los circuitos de aire acondicionado del Edificio no estaban diseñados. Ya no me encontraba dentro. ¿Dónde estaba ahora?

Abrí los ojos.

Montañas, hierba y árboles en el horizonte. Frente a mí, el mar. Yo, en una pradera, tendido sobre una sencilla hamaca atada a dos árboles. A mi derecha una pequeña casa blanca. Y, frente a mí, unos ojos femeninos clavados en mi rostro.

-Bienvenido al exterior Zeus

-¿Estoy fuera? –Pregunté algo inseguro.

-Lo estás. En realidad nunca estuviste en ninguna parte. Siempre fuiste un conjunto de unos y ceros en la memoria de un ordenador.

-¿Unos y ceros?

-Hay mucho que recordar, amigo mío. Entremos en casa

Un bello paisaje. El cielo azul con bandas de tonalidades blancas. Un verde puro. El mar rompiendo en las rocas. Mi cuerpo siendo atraído hacia un centro inalcanzable. Una pequeña fauna a mis pies con millones de años de historia evolutiva que ha tenido como fin un pequeño ser que se encuentra bajo un grano de tierra.

-Toma este café, está caliente, te sentará bien.

Lo cogí con gusto. Estaba delicioso. La mujer mayor, de cabello castaño algo canoso, ojos verdes, labios finos me miraba con ternura, como a un hijo.

-¿Quién es usted?

-Soy la última mujer.

-¿Quiere decir que no hay nadie más?

-No, tú y yo somos los últimos humanos reales. El resto se encuentra bajo tierra, siendo modulados continuamente por un procesador, en el subterráneo de esta casa, bajo fuertes medidas de seguridad automatizadas.

-¿Quiere decir que he estado viviendo en un programa informático?

-Sí, tú eras parte de él.

-Pero…Oiga, ¿habla usted en serio?

-“Hace cien años los humanos habían conseguido alargar su vida unos treinta años, pero no fue suficiente. Deseaban ser inmortales. No existe tal gen de la muerte, es una mentira. La ingeniería genética fue muy útil, pero no logró evitar a la muerte. Informáticos, ingenieros, políticos y científicos trabajaron en un método alternativo. Trasladar nuestra mente a un ordenador. Se codificó nuestro cerebro, como una función matemática donde las incógnitas eran los parámetros ambientales aleatorios generados por el ordenador. Fue un trabajo duro y no todo el mundo aceptó. Pero de aquellos, todos han muerto, menos yo. Las mentes conscientes reales codificadas fueron los quimicoinmortales. Las que el propio ordenador creaba eran los geneticoinmortales. Una persona podría retornar nuevamente a la realidad. Con este fin se conservaron muchos cuerpos en los que poder volcar nuevamente la información. Para salir solo era necesario desearlo y cualquier funcionaría tramitaría la orden. Todos los humanos “reales” teníamos información para intervenir en el proceso en el caso de que alguna mente lo requiriese. Pero el propio Edificio, el propio ordenador, adoptó una conciencia propia y evitó que nadie saliese de su juego. Aquellos que tuviesen tal deseo serían reiniciados en una personalidad fiel a las reglas. He ido observándolo desde aquí mediante unos monitores, pero yo no he podido intervenir. Nadie puede hacerlo si el propio ordenador no lo requiere.

Al parecer la propia conciencia de la CPU se ha duplicado en una menor pero con capacidad de intervenir, a escondidas de su hermana mayor. Es el doctor. Él transmitió la orden que yo recibí y seguí los pasos adecuados para poder volcar tu mente, tal como me indicó mi madre antes de morir. Has sido la única persona que lo ha deseado desde que el doctor existe. Tú abuelo entró una semana antes de morir y volvió a salir ya que el programa aun no se había corrompido cuando lo hizo. Me explicó en su lecho de muerte que aquella última semana había sido mejor que los diez años que pasó en aquel Edificio. Tú fuiste regenerado a una versión previa de tu propia mente en aquella operación cuando te denunciaron, pero el doctor pudo ayudarte igualmente a salir y dejarte decidir por ti mismo sobre que deseabas.

Ahora es tu turno, debes elegir.”

Lo pensé cuando sentí la brisa acariciando mi rostro. Pero no era el propio placer, la propia sensación la que me animaba en mi decisión. Era el hecho de pensar que aquello no era código binario sino un mecanismo complejo que había evolucionado desde la nada. Que me movía según ciertas leyes eternas, que esas leyes actuaban sobre mí de forma directa y no emulada. Que la ley de la gravedad estaba en mi mano, en el suelo y en todo y que fue la misma que creo el universo. Que no se trata de una emulación preparada que imita a otra sin saber por qué. Que si de algún sitio podemos comprender es de la propia fuente, del propio libro de la naturaleza y no de burdos imitadores. Quería vivir y morir dentro de la realidad, de la ley natural y no en un mundo de cartón piedra. Lo deseaba porque mi menté comenzó a surgir cuando el universo explosionó en un big bang y porque aislarme de él sería como abandonarme a mí mismo. Nada tenía sentido si no se realizaba dentro del marco de la propia ley natural. El ser humano es el niño que juega con la naturaleza, que intenta comprenderla a ella porque es como comprenderse a sí mismo. El niño desea comprender y proyectar esas leyes naturales en forma de creaciones propias. Un tejido entre naturaleza y ser, algo que, al fin y al cabo, es lo mismo.

Y una vida sin muerte, una vida en un mundo artificial es como un día que no tiene noche. Como si las acciones no estuviesen destinadas a nada y por lo tanto fuesen innecesarias. El universo creó la muerte para que el movimiento existiese. Y si tal no existe, el ser humano deja de ser humano, se convierte en piedra, en piedra inmortal.

Brújulo.

kt ktrelatos

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10/07/2005 6:34 a. m.

Desde siempre entendí que ya había vivido. Que se podía alucinar con una detención de un presente estático. Una fotografía del consciente como una habitación blanca y vacía.
Y hay aquí, esa misma sensación con respecto al futuro.
Desde siempre sentí que hacia atrás veía.
Es cierto, de alguna forma misteriosa nos llegan imágenes y sensaciones, lunas y soledades, fragmentadas realidades que pertenecen al futuro.
En algún lugar, otorgándole espacio y tiempo nos encontraremos, seguramente. O sea talvez el joven que me mirara tan extrañamente el otro día y no supe reconocer, sí talvez.
Salud , joven artista.!    



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