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[Reflexión] Pequeñas cosas

14 octubre, 2005

Las cosas sencillas son las que más fuerza tienen. Es así porque todo lo demás se construye a partir de éstas y un cambio significa sacudir una concepción de la realidad que hemos mantenido durante años.

            Hoy mismo, me encontraba en clase de física en la que se nos intentaba explicar la fuerza de rozamiento. Nos venían a decir que el contacto entre dos materiales no es tal, sino que se produce una repulsión eléctrica entre los electrones de los átomos de ambos materiales. Es decir, que la carga eléctrica de un objeto repele la de otro que intente acercarse. Así que cuando empujamos un vaso lo que en realidad ocurre es que el vaso huye de nosotros y no mantenemos contacto directo con su materia. La fuerza eléctrica es la que hace el contacto con nosotros. Así que nosotros no tocamos el suelo al andar sino que flotamos sobre él.

            No pude contener mi emoción hasta varias horas después de comprender este hecho. La concepción de mi interacción con el mundo había cambiado completamente. Nada toca nunca a nada. Al perforar un material somos como Moisés apartando las aguas, siendo los electrones los que huyen de nosotros, de nuestros electrones de misma carga. Así funciona la realidad.

            Y sin embargo, nuestra mente crea una mentira para nosotros en la que podemos establecer contacto con la materia, incluso lo podemos sentir. Pero todo es una ilusión…

            Así es como unas pocas y sencillas palabras me impactaron profundamente. Hay tantas cosas que aceptamos, como que la Tierra es esférica, pero que nunca comprendemos realmente. Si las entendiésemos, viviríamos en un éxtasis constante por la belleza que nos envuelve y forma.

            Pero no es necesario irse a la física para darse cuenta de la fuerza que tienen las palabras. Las propias relaciones personales, a las que estamos mucho más habituados, también dan muestra de ello. Como cuando una persona a la que tenemos gran afecto se queja de nuestras faltas, de nuestros errores, de nuestros defectos. Y sobre todo,  cuando esos errores son los que tantos odiamos en los demás, los que nos resultan insoportables, los que aborrecemos por antonomasia. Y que ahora reproducimos fielmente sin darnos cuenta y que cuando nos lo advierten vemos como a lo largo del tiempo lo hemos ido haciendo, sin percatarnos. Unas pocas palabras que hacen ver lo evidente, como clavos ardientes que intentan cruzar nuestro cuerpo sin compasión, como una soga que nos asfixia lentamente para hacernos ver que el dolor se encuentra más cerca de lo que creemos, que la corrupción propia continúa produciéndose.

            Palabras que obligan a revisar el borrador que forma una persona, a rescribir ciertas normas que creíamos haber aceptamos pero que, sin embargo, vemos que no entendimos realmente porque las transgredimos continuamente.

            Palabras que golpean en seco los cimientos que conforman la personalidad, que hacen ver la debilidad de nuestra estructura.

            Pero que, sin embargo, no dejan de ser palabras amigas que hacen tambalearnos para así poder revisar nuestro edificio y conseguir una robustez mayor, una coherencia mejor. Una persona conformada según como lo planteamos, según como lo entendimos y según como lo entendemos.

            Amigos son los que remarcan nuestros defectos y no aquellos que se los callan, viendo como poco a poco nos convertimos en un trozo de materia viva miserable, por doloroso que sea aceptarlos.

 

Brújulo

         

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[Reflexión] Piedrecilla

09 octubre, 2005
Pero que estupidez dedicarnos a hablar sobre el maldito sentido, tanto propio como general. Vale que en un punto determinado decidamos la dirección de nuestra vida propia. Pero ya está. Dejando que este pulule en nuestro subconsciente pero evitando que nos esclavice a una coherencia total que no podemos alcanzar y que cuanto más queramos menos nos acercaremos. Nuestras teorías siempre serán imperfectas porque crecieron en el mundo vaporoso de nuestra mente. Alejada de las constantes variables, de nuestra debilidad, de nuestras emociones. Crecieron en un momento de racionalidad pura absolutamente irreal. Tan ficticio que en algún momento tuvimos que dejar de pensar, porque podemos reflexionar pero no ilimitadamente. Somos seres duales, instinto y pensamiento que conviven de forma simultánea. Cada uno opuesto del otro pero cohesionados pueden darnos a nosotros, orden molecular consciente, una percepción de la vida, un sabor que cada uno por si solo nunca alcanzaría. Al fin y al cabo, a eso venimos nosotros, a vivir, a probar esto de la conciencia y la vida. Somos como viajeros que descubren un mundo nuevo. Como piedras que en un momento determinado se dan cuenta que ya pueden sentir y pensar y así descubrir lo que les ha rodeado durante millones de años. ¿Ahora piedrecilla que puedes ver donde has estado quieres vendar tus ojos con una pregunta que ya por si sola incluye su negativo? Piedrecilla, tu poco pensar te induce a creer que la vida es una propiedad sobre la que tienes ciertos derechos. Piedrecilla, estuviste ahí tirada toda tu vida de forma miserable como si no fueses nada y ahora que por un instante puedes ver que eres, que fuiste y donde te encuentras decides echarte otra vez a dormir. Piedrecilla, cuando te des cuenta de esto quizás sea demasiado tarde. Piedrecilla, quítate la venda de los ojos y observa el lugar en el que has estado durante millones de años y que muy poco conoces y que muy poco conocerás. Date prisa piedrecilla, porque un día te volveré a ver ahí tendida, inerte.

Brújulo

[Relatos]Día sin noche: Capítulo 4

02 octubre, 2005

En este momento me encuentro confuso. Tengo deseos contrarios, como son los de una vida segura en el Edificio y el de salir inmediatamente de esta cárcel. Siempre fui fiel al Edificio pero, al oír pronunciar mi nombre, fue como si algo de mi pasado hubiese vuelto a renacer. Al escuchar Zeus, pude ver mi propia mirada, hará quizás unos cien años. Una mirada de curiosidad y ansias de conocimiento. Mirada de sorpresa y extrañeza ante todo un mundo nuevo. La mirada del niño especulativo. Ojos azules y brillantes frente a unos grises y fosilizados Desgastados por el exceso de confianza, por el exceso de seguridad, por la conformidad, por la pasividad, por la inexistencia de la muerte, por la inacción. La ceguera del que cree haberlo visto todo y que lo que le falte no es necesario planearlo en este momento sino en “otro”. La ceguera de la indiferencia, la ceguera la de la religión de lo inmortal.

La voz de aquel niño me animaba a salir y estaba dispuesto a hacerlo, a pesar de mis contradicciones. El hombre de la sala 238 me había dicho que el proceso se estaría llevando a cabo durante todo el día y que finalizaría después de dormir. Al despertar, ya estaría fuera. No entendía como funcionaba aquello, pero confiaba en él. Y si todo era una trampa, tampoco perdía tanto.

Mis recuerdos sobre el exterior son confusos. Como si mi vida hubiese comenzado en el edificio y el exterior fuese un vago recuerdo de un sueño. Pero sabía que yo había estado fuera, aunque ahora no recordase como fuese.

Si salía probablemente tendría que morir de forma involuntaria en algún momento. Quizás no fuese tan malo fallecer. No tenía sentido hacerse aquí dentro estas preguntas, en el Edificio no existen las respuestas. Tan solo podría hallarlas fuera, si era posible, si el fuera realmente existe.

Me acosté aquella noche algo nervioso. Mis padres a penas me dirigieron una mirada desde el módulo de realidad virtual.

Me tendí sobre la superficie blanda con algo de incertidumbre. Será lo que tenga que ser me dije a mí mismo, con intención de tranquilizarme.

Un viaje a lo largo de la noche, un tránsito, un recorrido por los laberintos de la caverna. Una mente muerta que se encuentra a punto de nacer. La vida eterna fue la muerte, la muerte fue la vida en un instante.

Mantenía mis párpados cerrados, como siempre hacía antes de despertar. Una brisa acariciaba mis mejillas. Una vieja sensación aquella del viento, una agradable vieja amiga. Se escuchaba un murmullo, el eco de un antiguo sonido. Eran aves que cantaban. Una temperatura media de unos 25 grados, que descendía y aumentaba. Sufría aquellas variaciones sutiles de temperatura para las que los circuitos de aire acondicionado del Edificio no estaban diseñados. Ya no me encontraba dentro. ¿Dónde estaba ahora?

Abrí los ojos.

Montañas, hierba y árboles en el horizonte. Frente a mí, el mar. Yo, en una pradera, tendido sobre una sencilla hamaca atada a dos árboles. A mi derecha una pequeña casa blanca. Y, frente a mí, unos ojos femeninos clavados en mi rostro.

-Bienvenido al exterior Zeus

-¿Estoy fuera? –Pregunté algo inseguro.

-Lo estás. En realidad nunca estuviste en ninguna parte. Siempre fuiste un conjunto de unos y ceros en la memoria de un ordenador.

-¿Unos y ceros?

-Hay mucho que recordar, amigo mío. Entremos en casa

Un bello paisaje. El cielo azul con bandas de tonalidades blancas. Un verde puro. El mar rompiendo en las rocas. Mi cuerpo siendo atraído hacia un centro inalcanzable. Una pequeña fauna a mis pies con millones de años de historia evolutiva que ha tenido como fin un pequeño ser que se encuentra bajo un grano de tierra.

-Toma este café, está caliente, te sentará bien.

Lo cogí con gusto. Estaba delicioso. La mujer mayor, de cabello castaño algo canoso, ojos verdes, labios finos me miraba con ternura, como a un hijo.

-¿Quién es usted?

-Soy la última mujer.

-¿Quiere decir que no hay nadie más?

-No, tú y yo somos los últimos humanos reales. El resto se encuentra bajo tierra, siendo modulados continuamente por un procesador, en el subterráneo de esta casa, bajo fuertes medidas de seguridad automatizadas.

-¿Quiere decir que he estado viviendo en un programa informático?

-Sí, tú eras parte de él.

-Pero…Oiga, ¿habla usted en serio?

-“Hace cien años los humanos habían conseguido alargar su vida unos treinta años, pero no fue suficiente. Deseaban ser inmortales. No existe tal gen de la muerte, es una mentira. La ingeniería genética fue muy útil, pero no logró evitar a la muerte. Informáticos, ingenieros, políticos y científicos trabajaron en un método alternativo. Trasladar nuestra mente a un ordenador. Se codificó nuestro cerebro, como una función matemática donde las incógnitas eran los parámetros ambientales aleatorios generados por el ordenador. Fue un trabajo duro y no todo el mundo aceptó. Pero de aquellos, todos han muerto, menos yo. Las mentes conscientes reales codificadas fueron los quimicoinmortales. Las que el propio ordenador creaba eran los geneticoinmortales. Una persona podría retornar nuevamente a la realidad. Con este fin se conservaron muchos cuerpos en los que poder volcar nuevamente la información. Para salir solo era necesario desearlo y cualquier funcionaría tramitaría la orden. Todos los humanos “reales” teníamos información para intervenir en el proceso en el caso de que alguna mente lo requiriese. Pero el propio Edificio, el propio ordenador, adoptó una conciencia propia y evitó que nadie saliese de su juego. Aquellos que tuviesen tal deseo serían reiniciados en una personalidad fiel a las reglas. He ido observándolo desde aquí mediante unos monitores, pero yo no he podido intervenir. Nadie puede hacerlo si el propio ordenador no lo requiere.

Al parecer la propia conciencia de la CPU se ha duplicado en una menor pero con capacidad de intervenir, a escondidas de su hermana mayor. Es el doctor. Él transmitió la orden que yo recibí y seguí los pasos adecuados para poder volcar tu mente, tal como me indicó mi madre antes de morir. Has sido la única persona que lo ha deseado desde que el doctor existe. Tú abuelo entró una semana antes de morir y volvió a salir ya que el programa aun no se había corrompido cuando lo hizo. Me explicó en su lecho de muerte que aquella última semana había sido mejor que los diez años que pasó en aquel Edificio. Tú fuiste regenerado a una versión previa de tu propia mente en aquella operación cuando te denunciaron, pero el doctor pudo ayudarte igualmente a salir y dejarte decidir por ti mismo sobre que deseabas.

Ahora es tu turno, debes elegir.”

Lo pensé cuando sentí la brisa acariciando mi rostro. Pero no era el propio placer, la propia sensación la que me animaba en mi decisión. Era el hecho de pensar que aquello no era código binario sino un mecanismo complejo que había evolucionado desde la nada. Que me movía según ciertas leyes eternas, que esas leyes actuaban sobre mí de forma directa y no emulada. Que la ley de la gravedad estaba en mi mano, en el suelo y en todo y que fue la misma que creo el universo. Que no se trata de una emulación preparada que imita a otra sin saber por qué. Que si de algún sitio podemos comprender es de la propia fuente, del propio libro de la naturaleza y no de burdos imitadores. Quería vivir y morir dentro de la realidad, de la ley natural y no en un mundo de cartón piedra. Lo deseaba porque mi menté comenzó a surgir cuando el universo explosionó en un big bang y porque aislarme de él sería como abandonarme a mí mismo. Nada tenía sentido si no se realizaba dentro del marco de la propia ley natural. El ser humano es el niño que juega con la naturaleza, que intenta comprenderla a ella porque es como comprenderse a sí mismo. El niño desea comprender y proyectar esas leyes naturales en forma de creaciones propias. Un tejido entre naturaleza y ser, algo que, al fin y al cabo, es lo mismo.

Y una vida sin muerte, una vida en un mundo artificial es como un día que no tiene noche. Como si las acciones no estuviesen destinadas a nada y por lo tanto fuesen innecesarias. El universo creó la muerte para que el movimiento existiese. Y si tal no existe, el ser humano deja de ser humano, se convierte en piedra, en piedra inmortal.

Brújulo.

kt ktrelatos

[Relatos]Día sin noche: Capítulo 3

Desperté dentro de lo que parecía ser un tubo metálico. Me encontraba tendido en su interior, inmóvil en una penumbra tejida por la luz proveniente del exterior

-Muy bien, respire lentamente. Tres, dos, uno…-pronunció una voz.

Un ruido comenzó a sonar dentro de la máquina. Era repetitivo, monótono, metálico. Como un aguijón rasgando mi tímpano unas cien veces por segundo.

-¡Déjenme salir!

Al pronunciar la última sílaba, comencé a sentir un líquido viscoso introduciéndose en mis venas. Un hormigueo que partía de mi brazo derecho, pasaba por mi pecho y alcanza el cerebro. En este punto, una serie de luces empezaron a surgir en mi percepción. Blancos destellos cegadores que poco a poco iban mermando mi orientación espacial. Todo daba vueltas, todo giraba a mí alrededor. El sonido repetitivo aumentaba continuamente. No podía más. Aquello resultaba insoportable.

-¡Quiero salir! – Gritaba con voz desgarrada. Palabras que parecían quebrarse una vez alcanzaban el aire.

Estaba desesperado, tenía calor, temor, dolor, desorientación. No parecía que pudiese ir a peor, pero un dolor en forma de pinchazo se centró en la planta de mis pies, después en las rodillas, luego el abdomen, el cuello, mi cabeza…No podía más. Comencé a gritar, quería romper mis cuerdas vocales como si pudiesen liberarme de las cadenas invisibles que me retenían.

Todo cesó y se hizo el silencio. La luz exterior dejó de iluminar y me quedé completamente a oscuras. Se oyó un portazo. Más silencio. El sonido de lo que parecía ser gas a presión precedió a un olor extraño que estaba cubriéndolo todo. Quedé inconsciente.

 

 

Tenía mis parpados cerrados, alguien había posado su mano en mi frente. Abrí los ojos y le miré. Era un robot.

-Buenos días, señor. ¿Se encuentra usted bien?

-¿Dónde estoy? ¿Por qué no estoy en mi casa? – Pregunté desconcertado

-Ha sufrido un accidente y le estamos curando las heridas. Aun conserva su vida, enhorabuena.

-¿Un accidente? ¿En mi casa?

-Al parecer su robot, KA-98745816, le ha atacado a causa de un error de programación.

 

Dos días después me avisaron mediante el sistema de difusión de voz que ya había sido dado de alta y que podía irme cuando quisiese.  Al salir, tropecé con un humano e hice que cayese su ordenador de mano.

-Lo siento mucho –dije preocupado

-No tiene importancia, ha sido un accidente.

Me sonaba aquella voz. Le miré. Un hombre joven, vestido de un blanco impoluto. Debería tener algún tipo de puesto en el hospital. Ya que la mayoría son ocupados por robots, el suyo debería ser uno importante.

-Su voz me suena. ¿Le conozco? –Fui algo imprudente dirigiéndome a un desconocido.

Me dirigió una intensa mirada. Una mezcla de turbación, sorpresa, alegría, y miedo. Una vez había recogido su ordenador, se acercó a mi oído y dijo:

-Encuéntrese conmigo en la sala de sexo 238, en este pasillo, media hora más tarde.

¿Querría aquel hombre una relación homosexual? En el Edificio no son frecuentes. ¿Por qué? Solemos actuar según lo que nuestro instinto dictamina, y esta unión entre iguales no tiene sentido en el ámbito evolutivo. Resultaba más óptima una unión entre machos y hembras a la hora de propagar nuestros genes. Y ahora perseguimos este fin invisible, ya que ahora las relaciones no son productivas, como si esclavos fuésemos de unas leyes escritas hace un millón de años o más. Los homosexuales innatos son aceptados con normalidad, pero los convertidos son vistos con extrañeza, como desequilibrados. ¿Qué iba a ocurrir en la 238?

Me presenté con temor y curiosidad. Él me estaba esperando.

-Pensaba que no ibas a venir, pero me alegro de que lo hayas hecho. Desnúdate –Así lo hice y él también.

Nos tumbamos en la superficie blanda, él sobre mí. Me besó y comenzó a susurrarme…

-Tranquilo. Haz como si estuvieses gozando y nadie que pase sospechará. Haz que parezcan que nuestras palabras son de deseo.

Acepté con un movimiento de cabeza más por inercia que por convencimiento.

            -Te suena mi voz porque yo fui el ingeniero que dirigió tu operación.

            -¿Tan grave fue el accidente?

            -¡No hubo ningún accidente! Eso es una mentira. Fuiste denunciado por el comisario porque manifestaste deseos de conocer el exterior.

            Era como si aquel hombre me estuviese hablando de un sueño ya olvidado.

            -¡Querías conocer la realidad y correr el riesgo de morir por accidente, de perder tu inmortalidad!

            -Pero aquí la gente se suicida, morir no es tan grave si es voluntario.

            -Aquí nadie muere, todos somos regenerados nuevamente cuando decidimos morir.

            -No entiendo

            -Esto es un sueño generado. Lo único que podemos llamar real es tu conciencia. Pero ni siquiera merece tal apelativa porque puede sufrir ligeras modificaciones, siempre respetándose las reglas de los estatutos.

            No comprendía nada de lo que me estaba diciendo. Me hablaba del exterior cuando yo siempre lo había aborrecido. Reconoció el significado de mi mirada, desconcierto.

            -Tienes que confiar en mí. Eres químicoinmortal, pero a cada suicidio, a cada denuncia tu conciencia dejará de ser una realidad para convertirse en un modo predefinido de personalidad.

            -Adoro el edificio y tú pareces ser un traidor –No creía realmente en mis palabras, pero me defendía por si aquello podía tratarse de algún tipo de trampa.

            -Escúchame Zeus, tienes que creer en mí. Soy uno de los programadores. Conozco a quienes pueden intervenir y establecer contacto con ellos.

            Zeus…Zeus….Nunca nadie me había llamado por el que creo que fue mi nombre, ahora ya había comenzado a olvidarlo. ¿Quién soy yo? ¿Por qué mi robot tiene nombre y yo no?

            -¿Cómo sabes mi nombre?

            -Has de confiar en mí. Dame un sí por respuesta y si te arrepientes siempre podrás volver a ser el de siempre. ¿Quieres ver el exterior?

            Un impulso irrefrenable me animaba a negarme rotundamente a aquella pregunta, pero algo, algo muy débil manifestaba su deseo de aceptar aquella propuesta. Algo muy débil, una pequeña voz. Era la voz de Zeus. Zeus…

            -Sí, deseo ver el exterior, quiero salir del edificio. Quiero entender.

Brújulo.

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